Ante un auditorio colmado, en el Colegio San Pablo, revivieron los 72 días que pasaron en la Cordillera y transmitieron un mensaje de fe ante las dificultades cotidianas.
«Hace 40 años que deberíamos estar muertos, y estamos vivos», remató José Luis Inciarte, uno de los 16 rugbiers uruguayos que sobrevivieron a la tragedia, luego de ese viaje en el tiempo que relató junto a siete de sus «hermanos», ayer, frente a un auditorio lleno en el Colegio San Pablo del centro porteño. Una conferencia organizada por Miguel Altgelt, responsable de Altgelt Negocios Inmobiliarios, a instancias de uno de ellos, Pedro Algorta, justamente para eso: homenajear a los sobrevivientes tras cumplirse cuatro décadas de lo sucedido aquel 13 de octubre de 1972, cuando el vuelo 571 de la Fuerza Aérea uruguaya cayó en plena Cordillera de los Andes.
Sí, hermanos. Al vínculo que les dejó aquella experiencia la palabra amistad le queda chica. Se percibe cuando interactúan: los chistes constantes, los comentarios, esa frase para completar el relato del otro, una visión distinta, y todo como si el tiempo no hubiera pasado. Y el abrazo, ese del que habló Eduardo Strauch. «Estábamos necesitados de cariño -contó-. Y esa necesidad de cariño se transformó en un tremendo vínculo de hermandad. Esos abrazos nos daban calor externo, y calor al alma».
Roy Harley recordó la primera noche. Esa que no llevaban abrigo, sólo los mocasines, un pantalón, una camisa, ese saco que ni siquiera tenían puesto. Claro, quién iba a imaginarse que de golpe estarían a 3700 metros de altura en la cordillera. Una noche de gritos, gente muerta, todo repleto de puntas filosas, asientos y fierros retorcidos. Como lo definió él: «Si el infierno existe, fue esa noche»
Pero Roy no sólo recordó eso. También que hay una cantidad de gente en la vida y en el mundo que tiene cordilleras aun peores que las de ellos y que las pasa callado sin fama y sin las luces y la pelea a diario. Sí, todos hablan de las cordilleras. Las cordilleras como todos los problemas que se presentan en la vida y a los que hay que enfrentar.
A Pedro Algorta, en cambio, recién hace cinco años que le empezaron a pasar cosas que lo hicieron tomar dimensión de lo que les había pasado. Sí, algo realmente importante. «Escuché a alguno de ellos hablar y me impresionó cómo la gente los recibía… Fue descubrirlo. Era lo que me había sucedido enriquecido por los 35 años que crecí haciendo otras cosas», contó.
«El contar la historia me cambió más que la historia misma», «si yo pude cómo no voy a poder ahora», «somos lo que vivimos», son otras de las frases que al mencionarlas quedaron flotando ahí, como revelaciones. Junto con los peores recuerdos que les dejaron esos 72 días en la montaña. Como aquel día en que su primo Adolfo le dijo a Eduardo Strauch que la única manera de sobrevivir sería comiendo a los muertos. «No me lo olvido más. Vivir o morir y tomar esa decisión para seguir viviendo», recordó.
Para Javier Methol, lo peor fue el día en que su mujer murió a sus pies, y el mejor cuando sintió el ruido de los helicópteros y los vio aparecer. «Eso fue increíble y maravilloso. Pero la montaña me enseñó una cosa: que las personas mueren cuando las olvidamos. Y con el amor siguen vivas por siempre en el corazón.»
Roy habló de los 33 mineros chilenos. Había leído que uno está internado con problemas psiquiátricos. «Y me quedé pensando -dijo- que nosotros tenemos que dar gracias a Dios de lo bien que estamos todos.»
La emoción embargó a todos los presentes a lo largo de la charla, donde el mensaje de superación y fraternidad dejó huellas superadoras del evento.