A contramano de lo habitual, el 25 mostró una ciudad casi deshabitada. Apenas unos pocos héroes que se atrevieron al sol del verano porteño.
El éxodo, que comenzó hace menos de 36 horas producto de los feriados de estas fiestas, dejó a Buenos Aires casi en silencio.
Y tan poco poblada que, sin esfuerzo, es posible ver paisajes y pinturas que casi nunca se observan. Acaso una fotografía de una ciudad diferente que, pese a todo, nunca deja de ser la misma.
El retrato se irá profundizando con el correr de las horas, a medida que el final del año se vaya acercando. Buenos Aires, al menos por unos días, dejará ver sus costados menos mirados, poco atendidos, con colores y texturas a las que, si se les presta atención, pueden conmover hasta el asombro.
Es la imagen de una Buenos Aires casi desierta. Que recibe el sofoco del verano porteño casi con resignación. Y que por un puñado de días se mostrará desnuda, para mirarla con otros ojos, para descubrirla con otras vistas. Y sobre todo, para admirarla y amarla por ser, aún así, una ciudad incomparable